Sous les pavés, la plage…
(Bajo los adoquines, la playa…)
O una reflexión acerca de la condición difusa de lo local en el mundo globalizado.
por Fábrica de Paisaje
Lo local y lo global constituyen, en una lectura amplia y a largo plazo (por estar íntimamente relacionados con factores cambiantes como el ecosistema, el clima, el paisaje), condiciones históricamente transformables, o dicho de otra forma, conceptos en movimiento.
Sin embargo, habiendo aceptado provisoriamente como válida la ilusión de sus caracteres inmutables, es que proponemos reflexionar acerca de la construcción de una identidad paisajística rioplatense.
La identidad, expresión última de lo local, como imaginario histórica y culturalmente determinado, depende consecuentemente de las especificidades presentes en cada uno de los estadios temporales de un territorio.
El territorio en cuestión, que integra la segunda cuenca hidrográfica en importancia de Latinoamérica, cuyo ámbito final es el estuario del Río de la Plata, posee en sus tramos finales, especificidades bien diferentes para sus márgenes opuestas: acumulación de sedimentos sobre la costa oeste y generación de blancas playas sobre la costa este.
Por ello paisajísticamente (y turísticamente por añadidura), en el imaginario porteño, la percepción que subyace del Uruguay, por extensión de sus espacios naturales, es la de su arena.
Cabe recordar que, post revolución industrial, el sostenido crecimiento de Buenos Aires durante las primeras décadas del pasado siglo convirtieron a la arena sin sedimentos en un bien escaso, a la vez que imprescindible para la construcción en hormigón armado, tanto de las grandes infraestructuras como de las obras arquitectónicas cotidianas.
Excedidas las reservas accesibles en territorio argentino, la cercanía con la ribera este del Plata generó la proliferación de actividades extractivas en la región de Colonia – Conchillas, que derivarían, con el correr del tiempo, en drásticas transformaciones en su perfil costero.
El paisaje de la costa uruguaya constituye así, como la mítica costilla de Adán, la materia de la cual se elaboró su compañera, la naciente metrópoli de Buenos Aires. Las heridas abiertas siguen allí, generando otros paisajes, materia prima de otros desarrollos, y testimonio siempre cambiante de aquella creación originaria.