Discurso pronunciado en su incorporación a la Academia Nacional de Bellas Artes, Buenos Aires, octubre 1961
Junto con la nueva época, aparece el hombre nuevo. Entendiendo por éste al hombre de su época, capaz de actuar y dirigir, uno de mis más apreciados amigos lo definió así: “Hombre nuevo es aquél capaz de asimilar el pasado, comprender el presente, e intuir el porvenir”. El que no acepta y respeta el pasado, el que lo niega como si él fuera producto de la generación espontánea, niega una parte de sí mismo, corta sus propias raíces. En la cultura existen valores permanentes; lo que una vez fue bueno lo seguirá siendo, invulnerable a los cambios.
La cualidad indispensable para permanecer es la autenticidad. Discernir en el pasado lo auténtico, lo permanente, y aprovechar su lección, utilizando la experiencia de los grandes hombres desaparecidos, es el primer paso en la formación del hombre de su época. El que comprende el pasado pero no aprende su lección, reniega del presente y se encasilla en lo que él llama tradicional olvidando que la tradición es innovar, no repetir. Para ser de su época, hay que conocerla y hay que practicarla. Es decir, aplicar a la vida los conocimientos. Tampoco puede hacerse nada válido sin una visión clara del futuro. El futuro puede muy bien preverse a la luz del pasado, pues las cosas ocurren según una lógica.
El planeamiento consiste, justamente, en organizar el futuro de acuerdo a los conocimientos presentes y a los que puedan adquirirse después, ya que también puede y debe preverse la marcha de la ciencia y de la creación. El nacimiento de nuestra época está marcado por el extraordinario caudal de los descubrimientos científicos cuya consecuencia es una progresión de inventos maravillosos que nos dejan perplejos y admirados día a día. Esta expansión del conocimiento crea un enorme problema al hombre, que se encuentra como el aprendiz de brujo frente a un caudal inmanejable de fuerzas que ha sabido hacer surgir pero que aún no sabe organizar ni controlar. La primera tarea del hombre nuevo es diagnosticar el problema de su época, la segunda solucionarlo. El principal problema de la época es la desproporción, la desconexión y hasta la oposición entre la riqueza del conocimiento científico por una parte y la organización de la vida de los hombres por otra. Por lo tanto: La tarea primordial del hombre nuevo, para lograr el bien de la humanidad y hasta para su supervivencia en condiciones aceptables, es aplicar los conocimientos científicos a la vida.
Este, señores académicos, es el tema que voy a desarrollar ante ustedes en este acto tan importante para mí, y no es un tema elegido entre otros, es el tema de mi vida, porque mi vocación es, justamente, la aplicación del conocimiento a la vida en lo que concierne a mi campo: la arquitectura, el urbanismo, el planeamiento, el diseño. En este campo se han producido revolucionarios descubrimientos e inventos. La lenta evolución de cincuenta siglos había llegado al uso de la piedra, la madera, la tierra cocida, el hierro en una forma muy primitiva, el vidrio. Esos eran todos los materiales con que se contaba hasta fines del siglo pasado. En los últimos setenta años irrumpieron el hormigón en todas sus formas, la aplicación de nuevos metales e infinitas aleaciones, el uso de los metaloides y de los plásticos. Los conocimientos adquiridos sobre la estructura interna de la materia, la estática y la resistencia han dado base a nuevos cálculos, han originado nuevas técnicas. Este conjunto de conocimientos, técnicas y materiales ha abierto un mundo de posibilidades a la arquitectura y al urbanismo; la más notable es sin duda alguna la posibilidad de llevar las formas al espacio, dejando el suelo libre. Con las posibilidades técnicas han surgido posibilidades estéticas nuevas, insospechadas en el siglo anterior.
Ante este inmenso cambio, el hombre desorientado está expuesto a caer, y cae continuamente, en dos graves errores: uno, utilizar recursos nuevos con formas viejas, otro, utilizar formas nuevas sin su razón de ser, como mera aplicación formal. Estos errores se deben en parte a la desorientación y a la limitación de criterio, en parte al aferramiento del hombre a lo ya conocido y su resistencia a aceptar lo nuevo, en parte a la acción negativa de los intereses creados. Desde la aparición de los primeros recursos modernos, el problema de su aplicación correcta fue encarado por algunos hombres aislados y algunos grupos pequeños que siempre trabajaron en el campo de la cultura para encontrar una expresión auténtica. A partir del primer intento del art nouveau de romper moldes consagrados, se suceden movimientos como los de Morris, Van de Velde y otros hasta llegar al Bauhaus, escuela importantísima por haber encarnado el concepto moderno de la cultura integral, que abarca todas las manifestaciones de la creación humana, el diseño de un edificio como el de una taza o el de una máquina. Gropius, primer constructor de formas modernas, Wright, de fantástica imaginación y gran conocimiento de los materiales, Le Corbusier, el verdadero creador de la ciudad moderna, Mies van der Rohe, que ha llevado la nueva arquitectura a un grado máximo de espiritualidad y de humanismo, y muchos otros, precursores y continuadores, merecen una admiración eterna por su actuación en esta lucha por organizar la vida de acuerdo a los conocimientos del momento. Todos ellos formaron escuela, y ésta es una muy importante característica de su acción. Destacadísima fue la actuación de los C.I.A.M. (Congresos Internacionales de Arquitectura Moderna), cuya alma fue Le Corbusier, La Carta de Atenas, en la que fijaron sus resoluciones respecto del urbanismo, es un documento definitivo y siempre válido.
Paralelamente a esta acción, los artistas plásticos, desde los impresionistas, acompañan la búsqueda de las nuevas formas renovando continuamente su creación, causando impactos inolvidables que renuevan la sensibilidad del ambiente acostumbrándolo al asombro. La literatura y la música, el teatro y el ballet, la fotografía y la cinematografía buscan también la expresión de la nueva época. En el campo de la aplicación a la industria, quiero destacar el ejemplo que dio Adriano Olivetti. Y finalmente, en esta búsqueda de la aplicación de la ciencia a la vida, se incorpora recientemente el aporte fundamental de la ciencia del desarrollo económico. Es esencial dejar sentado que la base de todos estos esfuerzos es una posición de pureza, un objetivo moral, una exaltación de lo espiritual. He hecho una brevísima síntesis que muestra el ahínco con que se ha trabajado y se trabaja en la construcción de nuestra época.
Sin embargo, estos esfuerzos de creación no han sido aprovechados como se debía, y se han seguido utilizando los conocimientos científicos sin tener en cuenta los valores de cultura aportados por aquellos grupos constructivos, de manera que la aplicación de los recursos modernos sólo se ha hecho en forma circunstancial, improvisada y limitada. La acción de los grupos constructivos se ha visto disminuida y hasta anulada por la presión de los grupos de acción negativa, de los hombres que piensan que el cambio de la humanidad no tiene por qué basarse en la ciencia ni en la creación, sino en planteos ideológicos a priori, los hombres que aún sabiendo que la política es ante todo la puesta en marcha de planes, prescinden tranquilamente de los planes conservando solamente el estéril mecanismo de la política en su aspecto de lucha para ocupar posiciones. Alguien dijo, y es cierto, que la política es el arte de lo posible. Pero ¿quién establece lo que es posible?, ¿quiénes definen los límites de la posibilidad? Los únicos capacitados para hacerlo son los hombres de más alta cultura integral, pero por lo general no se recurre a ellos, de manera que esa posibilidad, que forma materia prima del arte político, resulta una posibilidad limitadísima. Para conocer la extensión de la posibilidad, la política debe integrarse con la cultura, comprendiendo su valor político y económico. Los planes políticos, económicos y sociales valen en la medida en que se sustentan en el gran plan cultural. En estos momentos que vivimos, parecería que esto empieza a ser comprendido, especialmente en Occidente. En nuestro país se manifiesta ya la conciencia de nuestra necesidad más urgente: la de utilizar todas nuestras fuerzas creadoras, las fuerzas de la cultura, para la aplicación de la ciencia a nuestro desarrollo.
Al entrar en la Academia, lo hago con plena conciencia de que asumo obligaciones muy serias con respecto a mi país. La acción de una Academia puede y debe ser muy importante en la formación cultural del ambiente. En la Argentina se dan hombres muy capaces, que sin embargo el país no puede absorber, en parte por falta de potencial económico pero sobre todo por la inmadurez del ambiente, que no está preparado para recibir el movimiento moderno. El resultado es que muchos de estos hombres emigran en busca de comprensión y de posibilidades de una vida digna, y he aquí al país, que tanto necesita de hombres de talento para realizarse en un plan moderno, exportando talento al exterior. Las Academias pueden asesorar al Estado, orientar la opinión pública. La autoridad que da el ser académico puede ser aprovechada para hacerse oír, trátese de informar al país sobre su realidad, de plantear los grandes problemas nacionales o de encaminar su solución. Como académico me impongo el deber de tratar de contribuir a que mi país aprecie y utilice su cultura, y al decir cultura no lo hago con el concepto limitado que la restringe a los estudios humanísticos y a las bellas artes, sino con el amplio concepto actual que abarca la capacidad creadora del hombre en todas sus manifestaciones.
Las posibilidades de la arquitectura, el urbanismo y el planeamiento son actualmente inmensas. Hace unos momentos dije al pasar que la posibilidad más notable de la arquitectura es la de llevar las formas al espacio, dejando el suelo libre en vez de aplastarlo. Es la más trascendente desde el punto de vista urbanístico, pues permite erigir ciudades integradas con la naturaleza, en que se reserva al hombre el plano natural del suelo para su circulación y su solaz, mientras la circulación mecánica se desarrolla en planos superiores, que no se cruzan. Es también importantísima la posibilidad de construir a grandes alturas, pues permite concentrar la población en ciudades poco extendidas, a la medida humana. El poder disociar las funciones de sostén y de cerramiento permite la mayor ductilidad en los planos, permite abrir fachadas enteras al sol, al aire y a la luz.
En el planeamiento moderno, puede decirse que todo es posible. Las nuevas fuentes de energía, los nuevos sistemas de transporte y de comunicación, la posibilidad de controlar el curso de las aguas transformando geográficamente las regiones, los sistemas de cultivos forzados para la provisión de alimentos, los nuevos aportes de la geopolítica y otras ciencias relativas al hombre, las nuevas industrias forman un impresionante y alentador conjunto de posibilidades. Este verdadero arsenal de conocimientos permite hoy organizar la vida de una nación en todos sus aspectos. En el campo de la industria, todos conocemos la fantástica revolución operada. Pero el diseño industrial está muy atrás de lo que permitirían los recursos actuales. Salvo excepciones, no se utilizan ni se buscan los buenos diseños. Pretexto de que el público no acepta sino lo trillado, los industriales se enquistan en diseños inadecuados a su época. Existen ejemplos magníficos de buen diseño. Existen escuelas dedicadas al estudio de la buena forma, como la de Ulm. Existen en todas partes creadores de talento. Existe la noción clara y precisa de que la técnica, la función y la forma deben ser un todo indisoluble. Existe también la convicción de que el diseño es un arte tan noble como otro cualquiera, mejor dicho, que existe un solo arte, el del bien hacer basado en el bien pensar. Un objeto de arte no pierde su jerarquía por ser, además, útil.
Por el contrario, si es expresión de la unidad de técnica, función y forma, se acerca a la naturaleza, en cuyas leyes inmutables reina esa unidad, y podríase decir que el creador de ese objeto ha procedido a imagen y semejanza del Creador de la naturaleza. En la gigantesca empresa de encontrar la forma de aplicación del conocimiento a la vida, no es posible trabajar aisladamente. La cultura no tiene fronteras. Los problemas son generales y las soluciones lo serán también. Hace poco, un grupo de argentinos habló en el Brasil de la necesidad de unificar las fuerzas de la cultura de toda América para luchar a favor de este ideal de aplicar la ciencia a la vida en forma racional. El Presidente del Museo de Arte Moderno de Sao Paulo recogió estos conceptos y los expuso antes el Presidente de esa nación en el discurso inaugural de la Sexta Bienal. Ojalá sea esto el germen de una importante y fecunda acción conjunta americana. La Argentina vive el problema general de la época y dispone de todas las posibilidades que la época le da. Le toca afrontar su propia solución. Nunca como ahora para dar el gran salto adelante.
La fuerza creadora de sus hombres será el factor determinante de su desarrollo, todo su porvenir depende de cómo se encauce esta fuerza. Nada más peligroso que la promoción desencadenada de obras que no sean expresión de su época. Nada más constructivo que una obra ejemplar. Así como la fisión de un átomo provoca la fisión de otro y otro en las reacciones en cadena, la ejecución de un gran ejemplo puede ser en nuestro país la voz de marcha para emprender el camino definitivo de su grandeza.