Nacidos con tres años de diferencia, Amancio Williams y Félix Candela tuvieron escalas de aproximación a la arquitectura muy distintas. Mientras que Williams trabajó en proyectos que van desde el urbanismo hasta el objeto y un gran porcentaje de ellos quedaron sin realizar, Félix Candela se especializó en desarrollar cubiertas y su obra construida es inmensamente prolífica.
La intersección entre el pensamiento de ambos viene de la mano de una morfología muy simbólica, las cubiertas de columna única, también conocidas como . Envueltos en contextos sociopolíticos complejos en sus respectivos países de origen: Argentina y España (aunque después el español se nacionalizaría mexicano), tanto Williams como Candela llegaron a interesarse por un esquema espacial semejante: La figura del paraguas tiene vocación de espacio eminentemente colectivo o público, y en este sutil hecho formal parece encontrarse cierta conexión ideológica.
Sin embargo, mientras que el acercamiento de Candela era eminentemente estructural, por algo dedicó su carrera al estudio de los cascarones de concreto con un especial interés por los paraboloides hiperbólicos; el de Williams era eminentemente poético, para él la arquitectura debía contraponerse a la obra de Dios que era la naturaleza.
Williams comenzó estudiando ingeniería para después dedicarse a la aviación y finalmente cursar arquitectura. Por su parte, Félix Candela estudió arquitectura y después fue discípulo del reconocido ingeniero Eduardo Torroja.
No obstante, ambas líneas de pensamiento acabaron produciendo estructuras con forma de paraguas. Si bien habían tenido precursores como el singular pilar de la estación de servicio Skovshoved del arquitecto danés Arne Jacobsen (1937) o los hermosos pilares nenúfar –lily pad- que el arquitecto estadounidense Frank Lloyd Wright diseñó para el edificio de la Johnson Wax (1936-39), los proyectos de Williams y Candela se caracterizaron por la investigación del potencial del cascarón de concreto para salvar grandes vanos con espesores muy delgados.
Los dos autores divisaron el potencial de las bóvedas cáscara como superficies modulares continuas que cubriesen grandes espacios. Proyectos de Amancio Williams como los Tres Hospitales en Corrientes comisionados por el Ministerio de Salud Pública durante el primer gobierno de Juan Domingo Perón o la Escuela Industrial en Olavarría, que proponen este tipo de sistemas no pudieron llevarse a la práctica.
Algunos de los proyectos más interesantes que Williams realizó son momumentos. Como el Monumento al General San Martín en Pirovano, una pequeña plaza con un área para un mástil de bandera y un sencillo pedestal de concreto. O el curioso Monumento del Primer Congreso Mariano Interamericano en Buenos Aires, una pirámide realizada con láminas de acrílico azul. Y otros proyectos nunca construídos como el Monumento junto al Teatro Colón dedicado a los bailarines que perecieron en un accidente aéreo que consistía en una estructura de aluminio anodizado con láminas de mármol y pantallas de cristal negro.
En Williams observamos un interés por jugar con diferentes materiales dependiendo del programa y el contexto mientras que en Candela vemos la obsesión por experimentar con las posibilidades de un solo material, el concreto armado. Tanto los techos de la Estación de Metro Candelaria en la Ciudad de México, como la fábrica textil High Life en Coyoacán, o el segundo proyecto para las Bodegas Almagrán en Cali, Colombia, están resueltos con paraguas de distintos tipos. Unos más expresionistas, otros que permiten entradas de luz a través del concreto, otros más sobrios.
Existe sin embargo cierta conexión inequívoca entre los paraguas de ambos en el hecho de que no sólo sirven para cubrir al que pasea debajo de ellos, sino que, en imágenes ya icónicas, muestran a personas en pie sobre ellos como si se tratase de miradores desde los que poder ver más allá, quizás hacia el futuro.
El carácter experimental de estas superficies motivó no sólo a Williams y a Candela sino también a otros arquitectos a adoptar métodos extraordinarios para probar su resistencia.
Frank Lloyd Wright apiló 60 toneladas sobre uno de sus pilares nenúfar para mostrar que cumplía con creces con la exigencia de carga a la que iban a estar sometidos y Candela invitó a encaramarse a uno de sus prototipos de paraguas experimental a 25 operarios, que emulaban con sus sombreros de ala ancha la forma del pilar que los sostenía. Esto sucedía en 1953 en México. Trece años después, en 1966 en Argentina, Amancio Williams lograba finalmente, tras 27 años dándole vueltas al proyecto, construir en el Pabellón Bunge y Born un monumento compuesto por dos paraguas de concreto. Cada uno de ellos se compone de una bóveda cuadrangular invertida sobre un esbelto pilar. Las fotos de Amancio que han llegado hasta nosotros lo retratan de pie, vestido elegantemente para la ocasión, en lo alto de la estructura de 15 metros de altura.
Llama la atención este gusto por subirse encima de los techos. En este caso el atractivo tiene mucho que ver con la imagen de levedad que proyectan estas estructuras que parece estar en contradicción con el hecho de que puedan soportar la carga humana.
No sabemos a ciencia cierta hacia donde se dirigen las miradas de los operarios de Félix Candela, ni qué observa Amancio Williams desde lo alto de su obra pero es interesante imaginárselos mirándose entre sí. Observándose a través de más de una década y más de 7000 kms, sorprendidos el ver otro paraguas diferente al propio y sin embargo amistosamente semejante.
Quien sabe bajo otras cisrcunstancias los dos maestros habrían tenido la oportunidad de conocerse y una nueva tipología habría visto la luz.