Entre el Boulevard Gálvez y las calles Castellanos, República de Siria y Pedro Víttori, se destaca, en la ciudad de Santa Fe, “El molino fabrica cultural”. El mismo es producto de un proyecto de restauración y conservación que, lejos de volver el edificio a su estado anterior, hace de su origen fabril un destino cultural que perpetúa el valor histórico del patrimonio. La nueva materialidad legitima el diseño existente dando lugar a tres espacios que armonizan colores, tonalidades, formas, texturas y escala: El Molino harinero, el edificio y las bóvedas cáscara. Construir y habitar se solidarizan en un proyecto que engloba una poética de la construcción y al mismo tiempo consolida la autenticidad de los materiales, de la arquitectura y el entorno.
Restos de granos molidos: Bóvedas cáscara
Las bóvedas cáscara¸ creación original del Arquitecto Amancio Williams, se implementan en este proyecto cubriendo, sin cerrar, una calle de 1200 metros cuadrados en dirección norte-sur. Las trece bóvedas cáscara que se alzan a catorce metros del suelo ofrecen continuidad entre el edificio de los talleres y el molino. Precisión técnica y estética se cruzan en una construcción que ofrece muy poca resistencia al viento promoviendo una circulación del aire que acompaña el andar. Cuando el sol toca la materialidad de sus piezas, las bóvedas cáscaras se proyectan en ángulos convexos sobre el suelo de sus calles. Las cáscaras, restos de los granos alguna vez molidos, extienden su imponencia reflejándose sobre los vidrios espejados del nuevo edificio y en las paredes del Molino. Es así como este lugar crea un clima que se vuelve suelo y cielo para todo tipo de actividades públicas (experiencias masivas, de pequeños grupos o individuales) y se integra, a la vez, con los pisos exteriores y veredas propiciando la continuidad de la experiencia peatonal alrededor y en el interior del complejo.
Molino harinero
El edificio industrial es intervenido manteniendo su impronta fabril. Sus espacios están siendo cuidadosamente restaurados, respetando y realzando las formas originales. Acentuará la dimensión pública del proyecto, la construcción de una plaza que se extenderá desde la fachada Oeste hasta la calle Pedro Víttori,
Las tolvas, las dobles y triples alturas, así como también las escaleras helicoidales, se mantuvieron en movimiento desde 1894 hasta el año 1998 dando vida al Molino Franchino. En aquel entonces, su actividad principal era la molienda del grano de trigo para hacer llegar el alimento a la ciudad. A partir del proyecto, El Molino se revitaliza como fabrica cultural a través de la recreación de aquellos espacios. Se trata ahora de un Centro Cultural Público, destinado a los ciudadanos, para quienes se ofrecerán actividades educativas y artísticas perpetuando su valor de alimento, esta vez, como nutriente cultural. Despojado de su funcionalidad inicial, no así de su impronta productiva, el Molino conserva fragmentos de su historia, manteniendo gran parte de su materialidad, permanecen sus sonidos y olores dando la posibilidad de que los ciudadanos habiten simultáneamente una construcción que enlaza pasado y presente.
El edificio de los talleres: espacio de producción
La construcción de este espacio, en comparación con la del Molino harinero, demandó mayor intervención arquitectónica para su nueva funcionalidad: la realización de talleres. Es así como su fachada vidriada, colabora en el aspecto contemporáneo que lo caracteriza, realza su encanto propio como también oficia de espejo a las construcciones que lo acompañan. Así como las bóvedas cáscara conforman un paseo que encuentra Molino y edificio de talleres, aquel espejado, resulta otro modo a través del cual potenciar la continuidad / contigüidad de las construcciones que dan consistencia a un mismo proyecto.