Fragmentos del reportaje de Claudio Adur y Estela Ocampo, Revista Crisis Nº39, julio 1976, págs. 22 a 27
-En todos sus trabajos y proyectos existe un concepto que podríamos calificar de grandeza sobre la tarea del hombre. ¿Cuál es el origen de esta concepción?
-Desde muy chico tuve instintivamente el sentido de las cosas bien hechas. Sabía la diferencia que había entre una cosa bien hecha y una regularmente resuelta. Ese instinto se fue afirmando con el transcurrir del tiempo; y posiblemente ayudó también en mi formación el medio en que vivía, la obra de mi padre, el ambiente en que me formó mi madre, la cultura de ese ambiente. Si bien nunca se habló de este tema, ahora, muy claramente me doy cuenta de que estuvo siempre en el aire. Era algo que se vivía sin hablar de ello, instintivamente. El hacer las cosas bien es fundamental, por eso yo insisto tanto en que es necesario la búsqueda de la calidad, que la calidad no es lujo sino lo que se obtiene como producto final cuando la cosa está bien encarada y se resuelve bien.
-¿Cómo influyó en su producción el hecho de que sus proyectos de mayor envergadura no se hayan podido llevar a cabo hasta ahora en la Argentina?
-Son enormes las dificultades que encontré a lo largo de mi vida para la realización de mis proyectos. Pero, aunque a muchos le sorprenda, nunca me amargué por ello. Yo me quedé en la Argentina a pesar de haber tenido grandes oportunidades en el exterior. Por ejemplo, Mies van der Rohe, a quien conocí en EE.UU. me escribió ofreciéndome el Decanato de la Facultad de Arquitectura que él iba a dejar. Lo pensé y creo que hice bien en no aceptar. Porque para mí era un halago y hubiera podido hacer cosas, pero los estudios que hice acá no creo que los hubiera podido hacer allá; acá tuve tranquilidad para hacerlo. Con todo, la Argentina es menos hostil. Podía llevar un ritmo de estudio profundo, que me dio muchas bases para mi proyecto de la Ciudad que necesita la Humanidad. Es evidente que lo que más desea uno es realizar su propia obra, pero sinceramente, a mí no me ha afectado mucho eso. Esos estudios están desarrollados en forma tan completa e integral que creo que se van a poder realizar, y aunque no fuera yo, si alguien los realizara mañana, yo sería feliz. La única condición que pondría es que las personas que los lleven a cabo lo hagan con seriedad y con sentido moral de no tergiversar las cosas, no achanchando esos grandes proyectos. La Ciudad que necesita la Humanidad y todos estos nuevos planteos los estoy encarando con la plena conciencia de que a lo largo de mi vida no se van a poder realizar. Los estoy encarando para que la humanidad pueda usarlos hacia fines de este siglo, para que se tenga un planteo clarísimo de lo que se tiene que hacer.
-¿Es posible describir el proceso de gestación de sus obras?
-Desde mis primeros trabajos he tenido una orientación natural a encarar cada tema de estudio independizándome totalmente de las soluciones que se habían logrado hasta ese momento. Eso para mí ha sido siempre facilísimo. Tampoco los he hecho por contraposición a las soluciones logradas, sino porque mi inteligencia y mi instinto funcionan con toda naturalidad en ese aspecto; yo no me ato a las cosas logradas, ni siquiera a las cosas logradas antes por mí mismo. Estamos en este ambiente blanco del taller, que está caracterizado por una total simplicidad. Ustedes acá no ven una obra mía, ni una fotografía ni un dibujo. Algunas pocas cosas de dos o tres personas, en una escala muy reducida y que corresponden a épocas no muy recientes dentro de la modernidad: una gran escultura, una pieza de cristal de la primera utilización de la luz con un sentido plástico y un cuadro de un gran alumno. Pero no hay ninguna obra mía porque me molestaría, prefiero tener mi cabeza libre de formas que me estén insinuando algo. Cuando yo encaro un tema, cuando alguien me plantea un tema o un programa nuevo, es tal el dominio que tengo del campo de mi actividad, que a medida que me lo va planteando lo voy resolviendo mentalmente, y cuando termina su planteo la solución está dada en mi cabeza, y es la solución correcta.
-¿Cuál es la relación entre el orden que busca el planeamiento y el orden que ofrece la naturaleza?
-Una cosa es la naturaleza y otra lo que el hombre puede producir por su inteligencia y voluntad, y que puede incluso corregir esa naturaleza. Incluso lo está haciendo mediante diques y obras que modifican su orden. Pero hay dos cosas que tengo claras: la naturaleza, el medio que se ofrece externo al hombre es una cosa, y otra es el hombre con su conciencia y su voluntad para corregir su propia obra y orientar su acción. Por eso es que la acción del planeamiento pertenece a un campo distinto y específico. O sea: la obra del hombre es externa a la naturaleza y está dirigida a que los hombres puedan desenvolverse.
-De su respuesta se infiere que el orden de la naturaleza no es el más adecuado para el hombre, que éste debe crearse su propio medio. –
Yo entiendo que el hombre debe obrar no metiéndose en la naturaleza sino por contraposición a ella. El hombre en sus etapas más elementales vivió en la naturaleza, en las cuevas, en los árboles, en forma similar a los otros animales. Pero poco a poco, por medio de su inteligencia se fue creando su propio medio y hoy sería un absurdo hacer casas subterráneas, en las rocas, con forma de cueva. No sabríamos hacerlo. Por eso es que cuando hablo de arquitectura remarco que hay que hacer una arquitectura desligada de la naturaleza, pero que la contemple, porque lo primero que hay que respetar es el suelo que el hombre necesita, así como necesita el contacto con ella, el sol, el aire limpio, no contaminado. Es decir, no anular la naturaleza sino realizar la arquitectura en el espacio, sobre todo porque hoy se pueden hacer cosas que hace 50 años no se entendían. Por eso insisto, en que el orden de la naturaleza es otro que el del hombre, lo cual no significa anularla sino integrarla de una manera distinta, manteniendo su belleza en las formas en que se manifiesta.
-¿Cómo definiría usted el espacio que ha concebido para el hombre?
-Es un espacio que debe protegerlo, no sólo físicamente, sino también en su parte subjetiva, en su parte más íntima; tiene que ser un espacio forzosamente sedante. Yo lo concibo así. Comprendo que podría haber alguien que propusiera un espacio excitante, pero creo que el hombre ya está llevado a una continua tensión por todo el ambiente de vida que lo rodea, en especial en estos momentos. El espacio que necesita tiene que ser sedante, tranquilo, donde pueda desarrollar su pensamiento creador para otras etapas.
-Usted nos hablaba de una actitud general que calificó como de “estar sentado en la retranca”. A su juicio ¿cuáles son los medios posibles para lograr un cambio de esa conducta?
-“Estar sentado en la retranca” es una manera de decir, pero también es una realidad; y esta situación se nota en todo el mundo, en Europa, EE.UU., en los países sudamericanos y naturalmente, en la Argentina. Aquí quizá con un poco más de fuerza y un poco más de “retranca”. ¿Qué es lo que está pasando?, ¿qué lleva a esta situación? Yo creo que la causa hay que buscarla en el cambio enorme que se está produciendo en la humanidad; esa transformación es una realidad, nos guste o no, y su verdadero origen son los descubrimientos técnicos y científicos, el enorme avance del conocimiento humano en este último siglo y medio y que ha cobrado una aceleración fabulosa en los últimos años. Piensen ustedes lo que significa el conocimiento de la estructura interna de la materia, del átomo, la indagación de la materia en su parte más íntima. Eso es actual, se ha hecho a lo largo de nuestras vidas y ha tomado forma muy recientemente. Otro tanto sucede con la navegación espacial. Podríamos decir que la gente joven, la que hoy tiene 30 años, ha vivido esta evolución y su puesta en práctica. El hombre conoce hoy una cantidad de cosas nuevas que desconocía y que debe utilizar. No las sabe para hacer malabarismos o quedarse impávido admirándolas, sino que él tiene el deber de aplicarlas a la vida del resto de la humanidad, en la forma más rápida y correcta posible. Acá hay un problema de conciencia con respecto al resto de nuestros congéneres que están sufriendo y pasando situaciones muy duras, con desigualdades e injusticias. Existe una cierta falta de responsabilidad por parte de la humanidad en el cumplimiento de sus deberes, de sus obligaciones mayores, entre las que está la de hacer las cosas bien con respecto a la época y a ese conocimiento fabuloso que ha obtenido en las últimas décadas. En la Argentina, reitero, el acento de esta “sentada en la retranca” es un poco mayor que en otras partes. Creo que ello se debe a que nuestro país es el último rincón de Sudamérica hacia el sur. Cuando yo intentaba persuadir a Le Corbusier, luego de la segunda guerra europea y ante la enorme crisis que estaba atravesando ese continente, para que se viniera a nuestro país –entonces éramos ricos y poderosos-, me dijo: -“No, Amancio, no lo voy a hacer por varias razones; la primera es que su país ha estado siempre muy alejado de las fuentes de la cultura europea y de nuestro conocimiento. Y además no se olvide usted que en Francia, a pesar de las enormes dificultades y de la gran cantidad de gente sentada en la retranca (a esa altura ya había podido hacerle comprender el término), hay mejor disposición para afrontar lo nuevo que en el resto del mundo”. Le Corbusier me estaba recordando las diferencias reales que había entre nuestro país y un país central.