Alberto Prebisch, Academia Nacional de Bellas Artes, 1972, págs. 47 y 48
Cuando la Academia Nacional de Bellas Artes decidió hacer este libro sobre Alberto Prebisch, lo primero que vino a mi memoria fue el recuerdo de aquella casa blanca a pocas cuadras de la de mis padres. Era una casa completamente distinta a las demás, construida al fondo de un lindo y transparente jardín, levantada sobre columnas. La recuerdo como flotando en el aire con sus blancas franjas horizontales que separaban a otras huecas de cristal. Una noble y recta terraza, también blanca, jugaba en el aire frente a la casa sobre el verde suelo del jardín. No tenía adornos ni molduras. Por aquel entonces en que se construyó –era por el año 1930- yo tenía diecisiete años. Cada vez que pasaba frente a esa casa la miraba; me atraía por su sobriedad, por la dignidad que fluía de ella.
Años más tarde supe que era una de las primeras obras de Alberto Prebisch, hecha para su hermano Raúl en la calle Luis María Campos. Luego llegó también para esta obra esa destrucción de todo lo bueno que hacemos y que nos caracteriza a los argentinos, y hoy, en ese lugar, encontramos una casa de departamentos como tantas. Queda muy poca documentación de la obra de Prebisch y nada de esta casa, que por suerte fue bien publicada en la revista Martín Fierro cuyas páginas reproduce este libro. Qué bien diagramada estaba esa revista en cuyo equipo directivo Prebisch tenía a su cargo la composición de sus páginas. Qué importante era ella y qué obra de avanzada la de sus números abriendo camino hacia lo nuevo. Podemos estar bien orgullosos de esta punta de lanza americana si pensamos que Martín Fierro fue prácticamente contemporánea de L’esprit Nouveau.
Al encarar esta publicación sobre la obra de arquitectura de Prebisch por la falta de documentos y para evitar la dispersión, pensé que lo mejor era concentrarse en tres obras principales: el cine Gran Rex, el Obelisco y el cine Atlas. El cine Gran Rex, obra importantísima de 1937, pertenece a la primera época de la arquitectura moderna, la de los pioneros en el panorama mundial de la nueva arquitectura. El Obelisco de Buenos Aires, otra obra de 1937, es el obelisco egipcio con otra proporción, admirablemente ubicado en relación a los espacios circundantes y a los edificios de la Avenida 9 de Julio, de Corrientes y de la Diagonal Norte. Siempre causa placer verlo en su juego con la luz especialmente en esas tardes porteñas en que el sol lo baña de rosa. Esta obra fue una verdadera conquista en el momento en que fue realizada. La habilidad de Prebisch logró en ella una forma pura, no figurativa, en momentos en que sólo se pensaba en monumentos con ampulosas figuras de señores o señoras de abundantes carnes con algún pecho al aire. El cine Atlas, de la calle Lavalle, obra reciente, de 1966, es una noble sala con una solución asimétrica en el vestíbulo y los accesos.
Pero retornemos al Gran Rex. Con motivo de esta publicación otra vez lo recorrí recientemente en varias oportunidades y siempre volvió a emocionarme la sencillez de esa gran sala, la distribución de sus filas y el buen diseño de sus butacas. Soy de esas personas que gozan con las cosas bien hechas y confieso que cada visita al Gran Rex para estudiarlo me hizo sentir profundo placer. Es excelente el diseño del gran vestíbulo, de sus espacios, de sus corredores, de sus espléndidas escaleras con dobles juegos tan bien pensados para vaciar la sala en contados minutos. Tuve la suerte de conseguir una vieja fotografía de su exterior, posiblemente de la época de la inauguración, que muestra esa buena obra en toda su fuerza cuando aún no le habían puesto porquerías sobre la marquesina. Prebisch pensó en todo en relación al gran frente; pensó también en la publicidad y resolvió este aspecto admirablemente, con un lugar prevista para ella que, en la foto, está ocupado por un gran afiche de Cigarrillos Victoria. Mientras recorría el Gran Rex, no podía dejar de pensar que si éste hubiese sido construido en Europa en 1937 figuraría en todos los libros de arquitectura moderna pues es simultáneo a obras de Gropius, Le Corbusier, Mies Van der Rohe y Frank Lloyd Wrigth. Considero que está a la altura de la obra de ellos. Tampoco podía dejar de pensar que nosotros los argentinos, no le habíamos dado mayores oportunidades a ese excelente arquitecto autor de esa casa en Belgrano en 1930 y de esa obra en 1937. Es el eterno “no te metás” de nuestro país y que nos hace tanto mal.
La Argentina tiene que afrontar los tiempos nuevos y qué mejor que hacerlo basándose en la cultura y el conocimiento científico que son los medios que le permitirán realizarlo con seguridad y pisando firme. Creo que hacia este fin del siglo XX se le dará la gran oportunidad a América del Sur. La cultura y el conocimiento científico europeo, que dieron un gran salto a fines del siglo pasado y a principios de éste, sólo podían trasladarse a América a través de los Estados Unidos que estaba a menor distancia de Europa y ofrecía un campo de aplicación similar. Sus ríos son parecidos a los europeos, el Hudson es similar al Rhin y el Mississippi aunque muy largo es de ancho semejante. Sus montañas son más bajas que las europeas y su vegetación natural es similar, con el roble, el haya, el abedul. Salvo el precioso pavo, sus animales salvajes son los mismos. América del Sur con sus inmensos ríos como el Orinoco, el Amazonas, el Uruguay y el Paraná, sus inmensas e impenetrables selvas, su altísima Cordillera de los andes ofrece un campo de aplicación en tan gran escala que, recién ahora, la cultura y el conocimiento científico con sus vertiginosos adelantos están maduros para abordar el gran tema del desarrollo de este continente en el que también intervenimos los sudamericanos con nuestra modalidad difícil. A este panorama tenemos que abrir las puertas nosotros, los argentinos.