Diario La Nación, sección Letras, Artes, Ciencias, diciembre 1986, pág. 1
Es evidente que la humanidad afronta el cambio más extraordinario de su historia y que le cuesta muchísimo amoldarse a las consecuencias de este cambio, por la dificultad en la creación de soluciones nuevas que sean correctas y estén acordes con el mismo. Es en el hábitat de la humanidad donde ese cambio está más retrasado. Las ciudades actuales aun no pudieron dar al hombre una solución clara y correcta pues continúan desarrollándose con un urbanismo antiquísimo, que tiene su origen en el momento en que el hombre sale de las cavernas. Al no encontrar un equilibrio, el hombre se desborda ganando la calle. Cuando Santos Dumont vuela con su dirigible sobre París, en días lindos y tranquilos, suele aterrizar en la Av. de los Campos Elíseos, frente a su departamento. Allí, los chicos del barrio amigos del pionero, entusiasmados, le sujetan con cuerdas la nave aérea mientras que el gran aviador sudamericano toma una copa de buen champagne francés con sus amigos. Los primeros automóviles que nacen de la adaptación del viejo coche a caballo, con un motor y en el pescante el volante, circulan con sus ruidos y bocinas entre los carruajes de la ciudad. Pienso que el Centro Pompidou pertenece a este mismo proceso, donde lo nuevo con posibilidad de espectáculo gana la calle dentro de un orden estético no del todo fácil de entender. Estamos frente al nacimiento de la ciudad nueva, muy diferente de la actual que se desarrolla sobre la superficie del suelo aplastándolo y anulando la calidad de la naturaleza. Y esa nueva ciudad con sus enormes posibilidades, va a engendrar una nueva arquitectura que ya no será de museos en palacios antiguos, ni modernos, ni el estallido del Pompidou.